10 de marzo de 2012

1. EL ORIGEN DE TODO ESTO. Una comida de trabajo.



by SantiPina

          Viernes 1 de julio de 2011. Odio las comidas de trabajo. En parte las odio porque estar a otra cosa me parece una falta de respeto hacia la gente que cocina. Pero sobre todo porque no tengo el don de la oportunidad. Para llevar con cierta dignidad una comida de trabajo, al margen de la cuestión del respeto hay que contar con la habilidad de tener la boca vacía justo en el momento en que se te ocurre algo inteligente que decir. Y esta última sería, me temo, la tercera razón de mi odio a las comidas de trabajo: comer y pensar son dos de las cosas que no sé hacer a la vez.

        Afortunadamente, ninguno de los que estábamos aquel viernes de julio devorando platillos en el asiático de López de Hoyos teníamos una opinión diferente sobre el asunto. Hacía unos cuantos años que no veía a Armando. Y sin embargo ambos veíamos con cierta frecuencia a Javier, cosa que acabábamos de descubrir hacía apenas un par de semanas. La vida es un poco así.

        - ¿Conoces a Armando? –me había preguntado Javier. Yo tenía programadas mis vacaciones de verano para el día siguiente y se me estaban complicando algunos flecos del guión de un video, de modo que era más que probable que alguien tuviera que cubrirme las espaldas durante un mes.

          - Joder, Armando, claro. Fue quien nos presentó –le recordé-.

          - ¿Ah, sí?

          - Pero fue por teléfono. ¿Tienes contacto con él?

          - Ayer estuve con él.

        La comida era para volver a vernos y hablar sobre ese video, pero lo único que conseguimos fue volver a vernos. Un par de horas más tarde, intentando hacer la digestión a la sombra del porche de Abbey, ya habíamos dejado por imposible abordar el tema y seguíamos hablando de cualquier otra cosa. Quejas y anécdotas, anécdotas y quejas. Lo que suele ser una conversación entre creativos. Recuerdo que hubo un instante de silencio. Después, Armando se incorporó en la silla y golpeó con su paquete de tabaco sobre la mesa de cristal.

          - ¿Por qué no nos dedicamos a hacer powerpoints?

         Javier y yo nos miramos. Seguimos en silencio unos segundos, creo que cada uno buscando la forma de decir lo que queríamos decir o esperando a que el otro lo dijera.

        - Lo digo en serio –añadió Armando arrancándole un cigarrillo al paquete-. Ya sé que es la típica frase que decimos un millón de veces todos los que nos dedicamos a esto, pero estoy hablando en serio: hagamos buenos powerpoints.

        No exactamente con esas palabras, pero Javier y yo llevábamos años discutiendo acerca de ello. Y en el fondo todo lo que llevábamos hablado podría resumirse así. Tal vez no para gritarlo a los cuatro vientos, pero al menos sí para expresarlo allí, mientras los tres intentábamos sobrevivir a nuestra penosa digestión a la sombra de aquel porche.

        A veces, al terminar de producir un video nos quedaba la sensación de haber dejado fuera un buen puñado de oportunidades, de temas que merecían haber sido contados pero se desviaban, más o menos, del asunto principal del proyecto. A veces, sin querer, nos costaba llamar así a eso, y hablábamos de “documentos audiovisuales” en vez de decir “videos”. Algo que a cualquiera que nos oyera le habría parecido, seguramente, cursi. Y a veces empezábamos abocetando una presentación de diapositivas y terminábamos, sin darnos cuenta, teniendo entre manos algo más parecido a una campaña de publicidad, un documental, un libro, un largometraje, una exposición fotográfica, un manifiesto... O un “video”. O una colección de todo ello.

        De alguna forma, las posibilidades de comunicar algo en diferentes lenguajes y formatos, para diferentes personas que podrían estar interesadas desde perspectivas muy diversas acerca de ese algo, ya fuera el catálogo de logros de una empresa o de un gobierno, la demanda de atención de un colectivo o el compromiso de una marca con un asunto concreto, fuera lo que fuera, estas oportunidades para hacer comunicación útil nacían y crecían de forma natural a lo largo del proceso de producción. Y lo hacían desde el propio contenido que estábamos tratando de comunicar: los procesos técnicos albergan valores diferenciales que podía explotar la marca; los compromisos corporativos derivaban en historias auténticas con una carga emocional que difícilmente podría emular la mejor campaña de publicidad; la capacidad de un técnico para explicar una máquina de forma entendible y cercana hacía incomprensible que se hiciera un folleto convencional o una demo interactiva para internet.

          En definitiva, la idea es que las empresas pueden hacer muy buena comunicación con todo lo que, por alguna razón, menos interés parece despertar en ellas mismas: la realidad. Su realidad.

          Tras el golpe en la mesa de Armando yo prometí pensar en todo aquello durante las vacaciones, y él se comprometió a terminar con Javier el video que nos traía de cabeza. Era un buen trato. Varios meses después estamos empezando a poner en marcha el proyecto Facts:Brands para divulgar y potenciar la comunicación corporativa de hechos. Sólo nos falta explicarlo en un powerpoint, cosa de la que se ocupará, o eso esperamos todos, el bueno de Armando.