6 de octubre de 2012

"Les ofreceré algo que jamás han visto" (Gladiator)


by SantiPina


Una de las cosas que están perdiendo las empresas es el pulso de las emociones. Es una pena. No solo porque han elegido uno de los caminos más seguros para hundirse, sino sobre todo porque es una pena ver el halo de tristeza en el que sus empleados conviven mientras las hunden.

Las compañías se han llenado de gente que aparca en casa sus emociones y cualquier riesgo de expresarlas públicamente. Por supuesto, también dejan fuera la posibilidad de que las emociones de sus clientes, qué decir de las de sus colegas y otros “públicos de interés”, lleguen a teñir el supuesto fruto de su trabajo.

Es una cuestión cultural. Infracultural realmente, porque está en esa parte de la cultura corporativa que no se escribe en grandes carteles, pero realmente afecta a todas las decisiones que se toman en esa amplia (y demasiado habitada) franja que va desde la subdirección hasta los mandos intermedios.

Las compañías se han llenado de gente a la que, como alerta Sir Ken Robinson, han educado para que su cuerpo sea algo que lleva la cabeza de un lugar a otro. Es más: en el mal llamado desarrollo profesional, que otro crítico imprescindible como Scott Adams llama cómo prosperar gracias a la estupidez, se premian las poses de objetividad y desafecto tanto como se penalizan los conatos de intuición, emocionalidad y talento. Por esa razón la amplia y superpoblada franja es, cada vez más, un vasto lodazal que separa a los emprendedores que dirigen las empresas arriba del todo de quienes hacen el trabajo abajo del todo, tan lejos. Y eso tiene que cambiar.

“A mi señal, ¡Desatad el infierno!” (Maximo Decimo Meridio, Gladiator)

La penúltima jornada de la Ryder Cup había cerrado con una ventaja de cuatro puntos para el equipo USA. Todo parecía indicar que un año más, como manda la tradición, el equipo europeo solo se traería a casa la sensación de haberlo intentado. Pero en la reunión de equipo de esa noche, el capitán Olazábal consiguió que todos se fueran a la cama sintiendo algo que aún no sabían: que al día siguiente podrían remontar esos cuatro puntos y cambiar la historia.

Uno puede saber e incluso ser el que más sabe. Pero cuando llega el momento de cambiar la historia, o simplemente de hacer un trabajo decente, son las emociones las que marcan la diferencia. Olazábal dice que su estilo está basado en sentimientos y experiencias. Utilizó, no solo esa noche sino durante toda la semana, una adaptación del vídeo que Pep Guardiola les puso a sus jugadores justo antes de ganar la Champions Leage contra el Manchester United, en 2009, con escenas de Gladiator e imágenes de ellos mismos. Es una cuestión neurológica que Antonio Damasio bautizó como “neuronas espejo” y Barack Obama como “yes we can”. Es una cuestión de sentir. Y no significa que las emociones o los sentimientos puedan sustituir al hecho de matarse entrenando, sino que pueden y deberían ser parte de ese entrenamiento para todos.

“Soy un esclavo: ¿Qué posibilidad tengo de cambiar nada?”

Gladiator, Braveheart, La Isla y un montón de películas más (hasta Titanic) han hecho mucho por la motivación en las empresas, antes de que la tristeza se corporativizara. El cine es muy importante para las personas, porque tal vez sea lo último que nos queda para recordar que tenemos emociones y que tenemos que llevarlas encima adonde vamos. Incluso aunque vayamos al trabajo.

Por eso las empresas necesitan hacer más cine y menos tele, por decirlo de alguna forma. Porque la comunicación no es tanto una cuestión de editar reportajes para exponer con frialdad los hechos, cosa que ni siquiera se hace, sino de contar historias de un modo que convierta esos hechos en sentimientos y experiencias. Esa es la diferencia. Y vale tanto para la cultura de trabajo de los empleados como para las ganas de comprar de los consumidores. Eso sin contar que la emoción, cuando una organización la tiene, también es un hecho digno de ser comunicado.

Estamos entendiendo que una marca no puede sostenerse solo con publicidad, más aún cuando vemos que la publicidad está abandonando su capacidad de emocionar (por culpa en gran medida de esa gris franja intermedia). Pero es igual de claro que una marca no puede construir una relación muy entusiasta con sus públicos, externos o internos, a golpe de dossier de prensa o memorandos.

Las empresas necesitan comunicar sus hechos, pero además tienen que hacerlo con emoción, intuición y talento. Y tendrán que empezar por su gente, animándoles a traer algo de eso cada día. Entonces, y solo entonces, ganaremos a quien se nos ponga por delante.