21 de diciembre de 2014
29 de junio de 2014
El día que nadie aplaudió a Juan José Millás.
by Santi Pina
Al arrancar la sesión solo aplaude una persona una vez.
Esa
persona se da cuenta, al instante pero demasiado tarde, de que está en una de
las Mute Sessions que Fundación Telefónica organiza para
llamar nuestra atención sobre lo importante que es el silencio, y lo malo que
es el ruido, a la hora de tener ideas.
Es una mala jugada del cerebro en la que una parte, imagino
que el neocortex, lleva un par de minutos concienciada de que esta vez, solo
esta vez, no habrá que aplaudir cuando el famoso suba al escenario; y otra
parte, tal vez el resto, lleva toda una vida preparándose para hacer justo lo
contrario.
Así que, sin querer, la mano derecha vuela para encontrase
con la izquierda y hacer “plás”, un “plás” mortecino que despierta una sonrisa
condescendiente en el resto de la grada y a Juan José Millás le sabe a gloria, a pesar de todo, mientras cruza
el escenario para sentarse en un sofá y empezar a leer El País.
Durante unos minutos escenifica cómo es el silencio de su
proceso creativo y, con ello, demuestra ante doscientas personas ser un pésimo
actor. Por mí bien, porque eso suele ser síntoma de lo que demostró después:
que dentro de un mal actor no cabe una mala persona.
Una buena persona es generosa al compartir lo que piensa. En
eso fue brillante la relación entre una Fundación que piensa formas diferentes de
juntar ideas para mejorar nuestras vidas, y un escritor que piensa que sobrestimamos
la importancia del neocortex en esas vidas, ayudando así a empeorarlas.
Todo lo que dijo Millás durante la hora y media siguiente
fue entrañable, divertido y verdad.
Mientras hablaba, decidí que las dos chicas
que estaban a mi lado estaban empezando a ganarse la vida escribiendo,
seguramente escribiendo publicidad o algo parecido. No es un don saber eso:
eran muy jóvenes, eran pobres, iban acompañadas por parejas que se aburrían,
asentían cuando el invitado decía dónde se esconden las ideas y, en fin,
estaban ahí…
Pensé en lo mucho que aquel hombre me ayudó a escribir
cuando yo era igual que ellas –quiero decir joven-. Pensé que aprendí a
escribir escuchando a Silvio Rodríguez y leyéndole a él, a García Márquez, las Historias de Cronopios y de Famas de
Cortázar, Charles Bukowski, algo de Auster y un buen trozo de la
Biblia. Y pensé que todos mis esfuerzos como creativo han consistido, durante
más de veinte años, en evitar que esa ensalada se me fuera de las manos.
También pensé que Juanjo Millás es un escritor pop, y me
hizo gracia. Imaginé que si hubiera un maridaje entre literatura y pintura –un
maridaje absurdo porque uno no sabría dónde mirar y perdería el hilo de
cualquier cosa-, La soledad era esto
se leería mejor junto a un cuadro de Equipo Crónica.
Y entonces Millás dijo que tenía todo el sentido del mundo
escribir sobre una mosca que salió de la nevera, que redactar para la prensa
jamás le pareció menos exigente ni importante que publicar un libro, que el
silencio no existe, que el escritor que se engola diciendo que apenas le saca a
la jornada un par de líneas debería dedicarse a otra cosa –o decir la verdad-,
que no hay que tomarse todo al pie de la letra, que asociar la lectura al ocio
es un prejuicio estúpido –que leer es un trabajo igual que otro, y falta hace-,
que él se ha dado cuenta de lo que hacía según le han ido preguntando los
periodistas, y que los instaladores de aire acondicionado tienen prohibido, por
su propia seguridad, subir a los tejados.
17 de marzo de 2014
¿Qué pinta un guionista en tu empresa?
by Santi Pina
¿Tienes la responsabilidad de la comunicación en una empresa grande? No hace falta estar en el IBEX35, simplemente levanta la cabeza y si no te sabes el nombre de alguien es que tu empresa es grande.
Si es así, o si tu empresa tiene más de cuatro o cinco departamentos, ya sabes que tu comunicación pasó hace tiempo de ser algo controlable a esa especie de autoservicio donde cada departamento hace lo que le da la gana.
Descubre en estas 11 páginas qué ha pasado. Por qué la democratización de la producción de contenidos no significa que una empresa pueda mantener una imagen coherente en base a contenidos creados aquí y allá. Por qué en términos de comunicación una empresa es una historia, y por qué esa historia, más que ninguna otra, necesita un buen guion:
5 de febrero de 2014
"The Spanish story"
by
SantiPina
Hace exactamente dos años El País tituló así un artículo de
Karina Robinson, socia fundadora de una empresa angloespañola afincada en
Londres y antes redactora jefe de The Banker, del Financial Times. Venía a
decir que España tenía que hacerse valer más en los mercados exteriores, y que
tenía argumentos y ejemplos de sobra para hacerlo. Esos ejemplos, que iban
salpicando el texto “en forma de aventuras y triunfos”, eran sobre todo marcas
y empresas. Es importante este detalle.
Ayer encontré el recorte entre un montón de cosas pendientes
de hacer. Y pensé que a España le ha pasado lo mismo que a mí en estos dos
últimos años: dejamos sin hacer algunas cosas que podríamos haber hecho ya, pero
a esta torpeza que es más individual que institucional se une la sensación de
que las “aventuras” que nos han ido rodeando recientemente se parecen mucho más
a Rinconete y Cortadillo que al Quijote con que Karina Robinson cerraba su
artículo.
Y el peso de esta nueva “Spanish story” es, como muchas empresas ya
han comprobado al intentar hacer negocios por ahí fuera, descorazonador.
Ahí fuera España significa cosas que la mayoría de los
españoles nunca ha querido ser. Cosas que de hecho no somos ni como personas ni
como empresas. Cosas que, además, nos revuelven el estómago en cada telediario
(y eso que solo vemos los telediarios españoles).
Por eso creo que
ahora es más importante que nunca, y nunca será más importante que
ahora, que las empresas sobresalgan en esos mercados exteriores apartándose lo
más posible de esa historia gris y contando su historia propia, con sus propias
aventuras y triunfos pero, sobre todo, con su propia realidad, su propia
cultura de empresa, valores, capacidades, como quiera usted llamarlo…, y narrando con los hechos que sirven
para respaldar todo eso.
Es tan importante porque las empresas están solas. Aquella
visión tan pazguata que alguien tuvo al invocar la “marca España”, según la
cual las empresas y los deportistas abanderarían esa imagen de un país guay, se
ha convertido precisamente en la peor pesadilla de las compañías que osan poner
la bandera por delante –los deportistas se salvan, son mucho
mejores gestionando su propia marca-.
Así que el objetivo más lógico podría ser justo lo contrario:
“The
Spanish story” puede quedar aparcada hasta que terminemos de saber si era un
thriller, una comedia o una peli porno. Pero es urgente poner a funcionar en
cada empresa “The Straight story”, ese título original de David Lynch que aquí
se tradujo como “Una historia verdadera”, que también vale.
Hay que poner a
funcionar la historia individual (y verdadera), que guarda cada empresa en su
Intranet o en sus Memorias Anuales o en algún rincón de su página web.
Hay que
levantarse así, y esto es tristísimo pero al final es mucho más patriótico que no
hacerlo, de esa imagen que ha convertido la “marca
España” en la peor zancadilla de nuestra Historia, también para nuestras
empresas.
Hay historias mejores que merecen ser contadas. Hay aventuras y triunfos que son nuestra verdadera historia. Y si hay que echar una mano, llame.
16 de enero de 2014
El vídeo que hizo que me importara el yeti.
by SantiPina
Puede que sea la única cosa en la que tú y yo estemos de
acuerdo: lo poco que nos importa si el yeti existe. En el mejor de los casos,
es decir si existiera, sería bastante improbable que nuestros caminos llegaran
a cruzarse. Y llegado ese caso, que no llegará, no creo que el hombre de las
nieves sea más comestible que yo. Y me alivia aún más pensar que esa idea,
aunque un poco absurda, sería recíproca. Cuando uno se despeña escaleras abajo
por la pirámide de Maslow el valor nutricional de lo que importa cobra más
protagonismo. Así que personalmente me importa el yeti tanto como el caviar
auténtico, la macroeconomía o el plano del metro de Moscú.
Pero sí me importan
los vídeos, gracias a los cuales comemos en casa desde hace tiempo. Vale, tú
tendrás tus razones, pero ésta también es buena. O lo era hasta el 4 de enero.
El 4 de enero National Geographic inauguró su 2014 de la
mejor forma posible, rompiendo las pelotas de millones de aficionados a la
verdad científica con una serie de teasers para lo que podría ser un nuevo
descubrimiento, o el descubrimiento definitivo, sobre el hombre de las nieves.
Los teasers, esas piezas que anuncian la llegada de un
anuncio mayor dejando al espectador sumido en la expectación, fueron durante
años el formato más agradecido de la publicidad. Hoy, a medio camino entre
aquello y trailer cinematrográfico, lo son del océano de vídeos que inunda
Internet. El ejemplo más reciente es el de Volvo y Van Damme que avanzaba la
pieza de su acrobacia entre camiones, una de las más vistas en 2013, y que con
independencia del número de reproducciones era infinitamente mejor que el
resultado final. Al menos para mí.
A mí me encantan los teasers porque soy dado a dejar las
cosas a medias y creo que mi cerebro (y algunas personas muy cercanas) se han
ido amoldando a esa circunstancia. Pero pienso que a la mayoría de la gente,
motivos aparte, nos gusta esa especie de canapés de la comunicación. Estos de
NatGeo son tan maravillosos que cuando los vi deseé, con todas mis fuerzas, que
el desenlace no acabara siendo el prometido documental sobre el yeti (algo que,
lamento haber mentido en el título, no me tragaré ni gratis), sino una acción
que finalmente promocionara cualquier marca distinta a NatGeo, con lo que ahora
estaríamos hablando no de unos trailers maravillosos sino de la primera de las
mejores acciones en formato e-vídeo de 2014.
Habría estado muy bien. Sería polémico y grande. Tal vez
escandaloso, tal vez ayudaría a desmontar algunos prejuicios sobre la
reputación que afectan más, y hacen más daño, que la existencia o no del
dichoso yeti. Pero da igual: los teasers que ha publicado NatGeo son
fantásticos con independencia de lo que haya venido después.
No firmar. No escatimar. No avasallar. No ser cutre. No
considerarlo una pieza menor ni subestimar su repercusión. No faltarle el
respeto a la audiencia. No dejarse atrapar por el marketing de caspa y sus
estúpidas reglas. No oler a Floyd, por decirlo de otra forma. No oler a Freud,
o no demasiado... No hay muchas más condiciones para tener un buen teaser
circulando por la red, algo que la gente elija ver y pueda utilizar de alguna
forma a su favor, le importe el yeti o no. Por supuesto que hay también algunas cuestiones técnicas detrás de un vídeo
digno: el ritmo, los recursos, el guión, la narrativa de los estilos de rodaje,
el tono del locutor, la forma de difundirlo; pero sin lo otro no sirven para
nada. Esto es lo realmente importante.
Hay una pregunta en la que seguramente también estemos de
acuerdo: qué vamos a hacer a lo largo de este año. No sé si tú necesitas más
información sobre el yeti, pero yo ya he visto todo lo que tenía que ver para
saber la respuesta: más nos vale espabilar.
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